Si la fiesta es un exorcismo ante el dolor y las pesadumbres, el Carnaval es su ponderación catártica, donde lo pagano y lo divino se conjugan en un estallido de colores, música y baile.
El sábado 19 de febrero a eso de las 2 de la tarde, desde Pailaviri en la zona alta de Potosí y a los pies del Cerro Rico, entre estruendosas detonaciones de dinamita, irrumpió con desenfado la Entrada Minera que dió inicio al Carnaval no sólo en esta ciudad sino en toda Bolivia.
Había llovido toda la noche y toda la mañana, pero poquito antes de empezar, las fuerzas de la naturaleza, en actitud cómplice, cesaron el agua que vertían las nubes, para que los mortales gozáramos en plenitud de este magno jolgorio multiétnico. Un estrepitoso punto de confluencia de las diferentes comunidades que en disposición y despliegue festivo, lucieron sus galas y sus esforzados preparativos en una puesta en escena que abarcó varios kilómetros. Un escandaloso punto de integración de costumbres, tradiciones y estéticas, que patentizan la presencia viva de culturas ancestrales en un latido contundente que reafirma memoria e identidad, y desde ahí abre caminos de presente y futuro.
Antes fue la chicha, la bebida del Inca, la que regaba y alentaba la animosidad de la procesión carnavalera. Luego fue desplazada por el alcohol destilado. Hoy es la cerveza la que se encuentra por doquier en la algarabía danzaría, acompañando los ritmos y los pasos de las Morenadas, Tinkuy, Tarkeadas, Caporales y Qullaguadas. La pasión por el baile definitivamente tiene rango de devoción, y es extremadamente difícil sustraerse a la contagiosa seducción de tanto instrumento músico: bombos, tarkas, trombones, platillos, trompetas, matracas…
Junto a mi amigo Carlos Tunqui tuve la dicha de vivir este derroche de cultura trascendente, y ambos tuvimos la fortuna de no ser alcanzados por las permanentes ‘bombas’ de agua, que como parte de la tradición, son arrojadas por todos contra todos. Mientras mi cuate me iba explicando códigos y significados, mis ojos se inundaban de colores, mis oídos florecían de música y mi corazón se henchía de orgullo por ser parte de este continente.
Gracias Bolivia, por recordarnos quiénes somos y por reinventar la vida valorando nuestras raíces.
Fuente: Blog Teatro espontáneo
por mariofloreslara@hotmail.com
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