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jueves, 15 de mayo de 2008

Rio Atuel: El agua debe volver

Hasta los años 1944, el oeste pampeano era un lugar digno para vivir. Había fauna por doquier, perdices, martinetas, ñandúes, Liebres, vizcachas, piches, peludos. Muchos pájaros y aves acuáticas. El verde campeaba por todas partes, los muchachos nos entreteníamos revolviendo los tréboles para tratar de encontrar alguno de 4 hojas, decían que traía suerte.

Las chivas, las ovejas, los caballos, todos gordos. Las chivas daban chivitos y abundante leche que nos servía para nuestro consumo, para fabricar quesillos, para comerciar el excedente en el pueblo, que estaba ahí nomás. Las ovejas su lana, sus corderos, su carne. También fabricábamos otros productos como pasteles, tabletas, hoy llamados alfajores, pan casero, en el pueblo había dinero, todos vivían de alguna actividad. Las fiestas populares eran un gusto. Los 25 de Mayo, los 9 de Julio, eran dos, tres, cuatro días de continuo jolgorio, cuadreras, taba, sortija, palo enjabonado, de noche baile. Y juego clandestino. El mus, el truco, la liga. Se formaban y deshacían parejas. Las carpas, alrededor del boliche de Olivera, eran un gusto. Nuestra gente producía y vendía tortas fritas, pasteles, frituras y otras ricuras. Eso en Santa Isabel. Ni hablemos de las que se hacían en Paso de los Algarrobos, El Paso y en otros lugares. Mercachifles con carros llenos de mercaderías, que generalmente vendían en su totalidad y luego la gastaban en las mismas fiestas. Aparecían familias por centenares, mayoritariamente indias, de todo el oeste.

Los fines de semana íbamos a pescar. Siempre había un remanso disponible. Con hilo de albañil. Anzuelos, un corcho, una tuerca como plomada. Y algo de no creer, la carnada tanto para las truchas como para los pejerreyes era...un pedazo de carne. Volvíamos con nuestra cosecha de pescado a disfrutarla en familia. Los varios camiones que venían regularmente de Telén y los que venían de Mendoza, nos traían mercadería, correspondencia y pasajeros. De Santa Isabel salían otros, locales, hacia las zonas rurales. Todos volvían llenos de la producción de la región, lana, cueros, plumas. Que embarcaban en Telén, punta de rieles del ferrocarril que hacía el recorrido regular hasta Once. O en Gral. Alvear, Mendoza.

Fabricábamos adobes, que vendíamos. A los muchachos siempre nos contrataban para algo, aunque más no sea para proveer de agua potable de una bomba que estaba en los médanos, que acarreábamos con un barril al que le fijábamos dos ejes, uno en cada extremo, donde poníamos dos tiros de cadena unida al frente. Así la hacíamos rodar. En el campo la actividad era la señalada, la yerra, la esquila, la cosecha, el arreo, el cuidado de los animales. No había éxodo en ese tiempo. La fauna variada, los frutos de piquillín, algarrobo y chañar, la huerta familiar que teníamos, una granja que nos proveía de carne, huevos, que también nos servía como trueque para nuestros vicios, junto a la zafra de chivos y corderos, y el arte indio, matras, ponchos, riendas y aperos de cuero, hacía que nuestras vidas dependieran de nosotros mismos.

Luego en Mendoza cortaron el rio, comenzó la sequía. Se alejaron las lluvias, apareció la langosta, enflaquecieron y comenzaron a morirse nuestros animales, dejaron de venir los camiones del intercambio, dejó de funcionar el ferrocarril hasta Telén, se fueron secando nuestros remansos. Cada poblador, con mil, dos mil, tres mil ovejas, se fue quedando sin nada. Al Río Atuel lo habían secado-

La vida sustentable no podía seguir. Comenzamos a depender de la fauna, que cada vez quedaba más lejos, más escasa. El estómago de nuestras familias no nos daba tregua. No había trabajo, no había dinero, la leche que comercializábamos era cada vez más escasa, más aguada. Las chivas, las ovejas, se fueron muriendo de hambre, ante la falta de pasto. Al final no quedó nada. Había que emigrar. Por cientos nos fuimos yendo. Algunos a Mendoza. Otros a Telén, Victorica, Santa Rosa, Buenos Aires. Sin calificación laboral nuestro destino fué y es pasar a conformar cordones de carenciados, a ser una carga para el erario público. Esta depredación sigue. El éxodo que comenzó en aquella época, continúa. La gente joven no tiene destino. “El agua debe volver” un 30% del espacio geográfico de la Provincia de la Pampa, y sus habitantes, la mayoría ranqueles, junto a los que nos fuimos, lo exigimos.

Fuente:"ASOCIACIÓN RANQUEL "WILLI KALKIN".PÁGINA WEB: www.willikalkin.com.arLa Pampa - Centro de Argentina

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