En los últimos cinco años Uruguay multiplicó por 100, sus tierras dedicadas a la soja, un producto que tiene cada vez más demanda internacional. Lo que resulta un buen negocio para algunos es criticado por otros como un depredador ecológico.
"Estar rodeada de soja es estar rodeada de productos químicos", dijo Marta Thompson, una ingeniera agrónoma de Soriano que tiene su casa y su tambo en un predio en medio de cultivos de soja. Procura autoabastecerse con productos naturales: frutas, verduras, leche, carne. Para eso, intenta aislarse del impacto de la soja y los plaguicidas que le aplican. "Tengo que ir cerrándome, cercando el predio con árboles y con flores, para que ningún insecto ni pájaro busque irse del lugar, para que no me traigan tóxicos".
Parece una buena idea: rodearse de árboles y flores que atraigan a las abejas y a los pájaros para que no emigren y entren en contacto con los plaguicidas que se aplican a la soja, sobre todo del endosulfan. El endosulfan está prohibido en el primer mundo por su toxicidad, pero en Uruguay se utiliza para matar las plagas sojeras, sobre todo las chinches. "No puedo luchar contra la soja, es un negocio exitoso, sólo trato de vivir en forma natural, aunque esté rodeada".
Thompson también tiene razón en la valoración del negocio de la soja en Uruguay: es un verdadero éxito.
Sus cultivos crecieron en forma gigantesca y sus ventas al exterior también. En 2003 había unas cuatro mil hectáreas cultivadas, hoy las tierras superan las 400.000, según el Departamento de Estadísticas Agropecuarias y la Oficina de programación y política Agropecuaria (Opypa), ambos en la órbita del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca. El litoral oeste es el territorio más apto para el cultivo de soja y donde predominan sus cultivos, sobre todo en Soriano y Río Negro. Sin embargo, en los últimos años la soja se extendió a todo el país, sustituyendo terrenos que se dedicaban a la ganadería, a la lechería y a otros cultivos.
En 2000 Uruguay exportó 4.200 kilos de lecitina de soja a un precio de 97.000 dólares. El crecimiento fue tal que el año pasado superó los 770 millones de kilos de productos de soja, lecitina, aceite y semillas de soja, y sumó 212 millones de dólares, según datos del Banco Central del Uruguay. También crecieron las importaciones, aunque no con el mismo impulso que las ventas. En 2000 se compraron 43 millones de kilos de productos con soja a 11 millones de dólares: aceite, harina, lecitina, proteínas semillas y salsa de soja. El año pasado se compraron 89 millones de kilos de soja por unos 40 millones de dólares.
El desarrollo de la soja en Uruguay cambió la estructura de la agricultura uruguaya, tanto que se habla de una revolución tecnológica, que permitió manejar grandes extensiones de tierra, agilizó el trabajo agrícola, redujo los costos y generó buenos dividendos. Por eso, los empresarios están agradecidos. Sin embargo, el desarrollo de los transgénicos y el impacto ambiental de los plaguicidas que se aplican a la soja son cuestionados por grupos ecológicos y la academia científica, preocupados por los impactos en la salud, en la calidad del agua y de la tierra, un bien muy preciado en un país agrícola y ganadero.
Verde pero no tanto
La falta de un control ambiental riguroso es reconocida por las propias autoridades ambientales uruguayas, en un informe de septiembre de la Dirección Nacional de Medio Ambiente (Dinama) del Ministerio de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente. "Este crecimiento no fue acompañado de un monitoreo ambiental sistemático. Los esfuerzos sectoriales en este sentido han carecido históricamente de espacios de articulación". Para revisar la situación y elaborar una política estatal respecto a los transgénicos el año pasado, en enero, el Poder Ejecutivo suspendió el estudio y la consideración de autorización de nuevos eventos transgénicos para investigación y comercialización por 18 meses, el tiempo establecido para discutir y redactar un marco legal que regule el uso de la biotecnología.Leer más:
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